La estructura del deseo en Lacan: Grafo, psicosis y clínica
- Dr. Oliver Salas
- 27 abr
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En la enseñanza de Lacan, el deseo no es concebido como una fuerza natural, ni como una tendencia espontánea hacia un objeto perdido. Tampoco es una estructura autónoma. El deseo, en Lacan, es un efecto lógico, un efecto producido por la estructura del lenguaje. Y esa estructura es exclusivamente la del significante.
El inconsciente no es un reservorio de imágenes o contenidos reprimidos, sino una cadena organizada de significantes que se articulan diferencialmente. Es en esa red estructural del significante donde se produce la división subjetiva, y es también en esa red donde surge el deseo como una hiancia, como una falta estructuralmente determinada.
Lacan formaliza este proceso en el Grafo del Deseo, una herramienta teórica que permite representar cómo el deseo no existe de manera inmediata, sino que se genera a partir del trabajo de la cadena significante y de su articulación en el campo del Otro. El grafo parte de una cadena libre de significantes (γ → A), donde el inconsciente despliega su materialidad sin cierre y sin garantía. A esta cadena se articula el discurso codificado
(δ → δ’), que representa el nivel social de la lengua, donde los sentidos están más o menos fijados.
El cruce entre estas dos líneas es decisivo. El primer cruce, denominado por Lacan punto de capiton, constituye el lugar donde un significante fija un significado, deteniendo momentáneamente el deslizamiento metonímico incesante del sentido. Este anudamiento no es natural, sino producto de una operación simbólica precisa.
Para que el punto de capiton pueda producirse, para que el deseo pueda surgir como efecto ordenado dentro del discurso, es necesaria una operación estructural que Lacan llama la metáfora paterna. La metáfora paterna no estructura el deseo directamente, sino que estructura el campo simbólico donde el deseo puede ser interpretado. Es la operación por la cual el deseo de la madre —que amenaza con absorber al niño en una relación dual sin mediación— es sustituido por el Nombre-del-Padre. Esta sustitución introduce un corte simbólico que instituye la falta, y con ello, la posibilidad de un deseo articulado en el orden del Otro.
La metáfora paterna produce, entonces, el marco simbólico donde el deseo puede constituirse como deseo del Otro, diferido, desplazado, jamás capturable de manera plena. Así, el deseo no es la manifestación de un impulso originario, sino el efecto de la estructura significante sobre un sujeto barrado ($), en su relación a un objeto que no es dado en lo real, sino causado como resto (a).
Esta operación metafórica no sólo permite la producción de sentido. También realiza lo que Lacan llama el anudamiento simbólico: organiza la relación entre el Real (el goce del cuerpo), el Simbólico (el lenguaje, el corte) y el Imaginario (las identificaciones yoicas). Gracias a esta operación de anudamiento, el sujeto puede constituirse como sujeto de la palabra, soportar su falta, y articular su deseo en una trama simbólica que le da consistencia y posibilidad de vida psíquica.
Cuando esta operación falla —como ocurre en la psicosis—, el panorama es radicalmente distinto. En la psicosis, el Nombre-del-Padre está forcluido: no fue inscripto en el campo del Otro. Esto significa que no hay metáfora que instituya la falta en el Otro. El campo simbólico no se organiza suficientemente para contener y estructurar el deseo. Como consecuencia, el punto de capiton no se realiza o se realiza de manera extremadamente precaria. Los significantes no anudan, el sentido no se fija, y el deseo no encuentra regulación simbólica.
Esto se manifiesta clínicamente de maneras muy precisas. El discurso del sujeto psicótico puede mostrar un deslizamiento infinito de significantes, una proliferación automática de asociaciones, la invención de neologismos, o bien un bloqueo literal donde el lenguaje deja de producir sentido. No encontramos aquí un fantasma organizado ($ ♦ a) que regule el deseo, sino fenómenos de invención delirante, de alucinación o de fenómenos elementales donde el goce invade directamente al sujeto sin mediación simbólica.
Desde el punto de vista del Grafo del Deseo, en la psicosis no se realiza el recorrido normal γ → ($ ♦ a) → γ’. No hay altura simbólica del deseo, no hay corte instaurado, no hay contención del goce por la vía del significante. El deseo no se articula en una trama estructurada, sino que se expande de manera hiperbólica, delirante, o se cristaliza en certezas invasivas. No hay articulación sostenida al campo del Otro (A), sino que el sujeto debe inventar, a posteriori, suplencias desesperadas: delirios, invenciones, construcciones simbólicas idiosincráticas que intentan tapar el agujero en la estructura.
En la clínica, esta diferencia es fundamental. La interpretación clásica —que en la neurosis trabaja reinscribiendo significantes en la cadena para modificar la posición del sujeto en su fantasma— no opera del mismo modo en la psicosis. En la psicosis, al faltar el anudamiento simbólico garantizado por el Nombre-del-Padre, la interpretación no puede sostenerse sobre un campo del Otro preestablecido. Interpretar en términos de producción de sentido puede ser incluso peligroso: puede desestructurar aún más al sujeto o precipitar un desencadenamiento.
En la psicosis, la orientación clínica no consiste en desmontar la invención delirante, sino en acompañar, sostener y reforzar las suplencias simbólicas que el sujeto logra construir para bordear su agujero estructural. El trabajo analítico no apunta a restituir una estructura que no está, sino a favorecer la invención de amarras que permitan al sujeto soportar su división y mantener un mínimo de consistencia subjetiva.
En síntesis, el deseo en Lacan no es una estructura autónoma. La única estructura es la del significante. El deseo es un efecto de la estructura significante sobre un sujeto dividido. El Grafo del Deseo muestra que el deseo no es una energía natural ni una esencia interior, sino el producto de la inscripción del sujeto en el campo simbólico. Y muestra también que cuando la operación simbólica fundante falla, como en la psicosis, el sujeto queda expuesto a un goce sin límite, y la tarea clínica debe desplazarse del trabajo sobre el sentido hacia el acompañamiento de las invenciones que puedan sostener la existencia misma del sujeto.
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