Lacan, influenciado por Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson, y bajo la mirada de Claude Lévi-Strauss, reconoce el lenguaje como una estructura fundamentada en una lógica simbólica, operando a través de sistemas de pares de opuestos dentro de un marco binario (aqui / alla, sí/no, bueno/malo O/A). En coexistencia.
La noción de “fort-da” de Freud, donde un niño juega con la presencia y ausencia, ilustra para Lacan cómo el significante (en este caso, el acto de desaparición y reaparición) opera más allá de palabras específicas, encarnando la diferencia en su forma más pura. Esta diferencia es clave para el concepto lacaniano del “nombre-del-padre”, que actúa como un significante primordial, estableciendo la prohibición que a su vez hace posible lo permitido.
Lacan distingue entre lenguaje, lengua, y habla; siendo el lenguaje un conjunto de determinaciones, estructuras, y normas que subyacen a cualquier lengua particular (francés, español, inglés, etc.) y que se manifiestan en el habla individual, reflejando estilos personales, condiciones de clase, y rasgos culturales. A diferencia de Saussure, para quien el signo lingüístico une una imagen acústica con un significado.
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Lacan ve al significante deslizándose sin fijarse en un significado definitivo, donde la operación de diferenciación se replica a través de los significantes.
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Los psicoanalistas trabajan con el habla, entendiendo que esta incorporado tanto la lengua como el lenguaje en su base binaria relativa. Lacan extiende el concepto de lenguaje más allá de la palabra hablada o escrita, aplicándolo también a gestos, signos, y otras formas de expresión, enfatizando que el lenguaje como sistema de estructuración opera en múltiples dominios, no solo en el analítico.
Esta concepción amplia del lenguaje subraya la importancia de las diferencias y cómo estas estructuran nuestra psique y nuestras formas de comunicación, incluso más allá de las palabras, afectando nuestra capacidad para concebir y expresar conceptos.
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